Mi novia, yo y cinco desconocidos

Nunca creí que ver a mi chica con otros hombres pudiera excitarme tanto. Pero cuando pasó…Eran prácticamente las dos y aquella noche había sido bestial. Se puede decir que de verdad lo habíamos pasado bien. Como todas las noches, después del correspondiente botellón en la puerta de la tienda con Diego y compañía habíamos salido del camping a tomar unas copas por el pueblo. Como también había ocurrido otras veces, el calor sofocante que había hecho durante todo el día y el que aún quedaba a esas horas de la madrugada acabó con todos nosotros metidos en el agua intentando bajar la temperatura del cuerpo que ahora, bien por el calor bien por el alcohol, era excesivamente alta.
En mi caso el baño no consiguió enfriarme, sino todo lo contrario. Es curioso y no sé si a todo el mundo le ocurre igual, pero cuando bebo algo, si además me fumo un porro, me enciendo; aquella noche me había fumado algo mas de un porro. Así que estando en el agua en bañador, cada vez que me acercaba a Lucía, que esta noche estaba más sexy que nunca en biquini, y la rozaba, me ponía a mil por hora. Es más, ella también se ponía a mil por hora, y no me preguntéis por qué lo sé, porque cuando conoces a alguien como yo la conozco a ella esa pregunta no tiene respuesta; simplemente lo notas. Y lo notas con todo lo que ello conlleva: la abrazas algo más fuerte de lo normal, acercas la cadera a su culito húmedo mientras que ella lo mueve suavemente pero con malicia notando como eso se te pone un poco más grande y duro de lo que estaba antes, incluso al cogerla por detrás una mano se te escapa por delante y haces que ella se retuerza ligeramente, a la vez que trata de resistirse con menos intención que un niño cuando dice que no quiere un caramelo por que su madre no le deja comer dulces…
Entre risas, saltos y algún que otro tropezón pasó el momento del baño y poco a poco fuimos saliendo todos del agua. La noche seguía siendo igual de calurosa, y todo el mundo continuaba con bastantes ganas de marcha. Yo reconozco que también tenía ganas de marcha, pero no de la misma marcha que los otros, y más cuando Lucía, poniendo como excusa el poder coger frío si continuaba mojada, se envolvió en la minúscula toalla que habíamos cogido para la ocasión y con una habilidad sorprendente se quitó las dos partes del biquini casi sin que nadie se diese cuenta. Lucía es de estatura media y tiene unas medidas envidiables: tipo fino, pechos de talla mediana y muy bien puestos y un culito redondo y duro que cuando lo aprietas parece que nunca más vas a poder soltarlo. Así que podéis imaginaros como estaba yo, al verla con aquella toalla que apenas le llegaba un centímetro por debajo de la rajita del culo, sabiendo que el biquini lo tenía en la mano. Yo no aguantaba más. Y ella, si bien todavía estaba un poco borrachina, tampoco. Así que nos despedimos de los demás y nos fuimos caminando hacia el camping. Nunca pensé que podría pasar lo que después sucedió.
El Camping está situado entre dos playas, y según nos alejábamos de la que habíamos estado hacía un rato, como seguía haciendo mucho calor, bromeábamos con la posibilidad ir a la otra playa cercana a â??bañarnosâ? pero esta vez con mayor intimidad… Cuando ya estábamos en la entrada del Camping casi como de la nada, y en un instante en el que mi mano estaba un centímetro por debajo de la toalla que no tapaba nada del cuerpo de Lucía, cinco chicos de edad parecida a la nuestra salieron del Camping en bañador con sendas toallas enroscadas al cuello y con varias botellas de licor, unas casi vacías y otras todavía por empezar. Lucía sobresaltada por el encuentro, se separó de mi unos centímetros justo cuando uno de ellos nos vio y se dirigió a los demás:
– Mirad otros que también tienen calor â?? dijo refiriéndose a nosotros, mientras se acercaba en tono amistoso y festivalero con los otros cuatro siguiéndole un paso más atrás.
Lo que pasó durante los siguientes diez minutos tampoco tiene mucha importancia. Simplemente conversamos con ellos, nos reímos, bebimos y poco a poco fuimos ganando en confianza y en excitación. Sí, es cierto, en excitación. Todavía hoy no me lo puedo explicar, pero a medida que pasaban los minutos, y después de que los cinco ya se hubieran percatado de que Lucía, que ahora comenzaba en ocasiones a perder el equilibrio por culpa del alcohol que ya se había bebido, tenía el biquini en la mano, me excitaba el ver como la miraban, como alguno de ellos llegaba un poco más allá y le pasaba la mano por encima de sus hombros desnudos, como incluso bromeaban y se reían diciéndole que tuviera cuidado y no le entrase algo por debajo de la toalla. Ellos estaban borrachos y algo cachondos, pero yo estaba a punto de reventar. Así que sin saber cómo ocurrió, un poco más tarde nos habían convencido para que fuésemos con ellos a bañarnos a la otra playa en la que no estaban nuestros amigos.
Tres de los cinco chicos iban ahora caminando a mi altura, charlando entre nosotros de Dios sabe qué, y riéndonos los cuatro más por causa del alcohol que por caulquiera de las gracias que uno hubiese dicho. Lucía, dos metros por delante caminaba con los otros dos chicos comportándose de una forma que nunca había visto en ella. Llevaba uno a cada lado, y los tres iban cogidos por la cintura, saltando y riendo como si estuviesen en un desfile de carnaval. Que sexy estaba con esa toalla y más mirándola ahora por detrás y desde un par de metros de distancia, viendo como la toalla se movía al ritmo de sus saltos como queriendo escapar de su cuerpo. Justo en ese momento, y de forma tan repentina que todos nos quedamos parados con la boca abierta, a Lucía se le calló de la mano la parte de arriba del biquini, y con bastante torpeza se agachó a recogerla sin apenas flexionar las rodillas, teniendo que apoyar las manos en el suelo para no caerse de bruces. ¡Vaya visión!. La toalla que antes tapaba un poco, ahora, al agacharse de este modo, le llegaba justo a la altura de la cadera y como tardó unos segundos en reincorporase (segundos que a mi me parecieron toda una vida) los cuatro que estábamos por detrás vimos como se quedaba al descubierto su culo, dejando salir entre las dos piernas y las nalgas parte de su tesoro, que se distinguía bien por el color oscuro del vello púbico. Ella no se dio ni cuenta.
En otro momento aquello me hubiese enfurecido. Sin embargo ese día yo estaba embrujado. Era una sensación extraña. Lucía, mi querida Lucía, que nunca había estado con otro chico que no fuera yo, que desde siempre sabía que iba a ser mía para toda la vida, como yo lo iba a ser de ella, en estos momentos estaba siendo el objeto de deseo de cinco tipos que no se podía creer lo que estaban viendo. Ni siquiera yo me lo podía creer, pero en vez de estar celoso, estaba orgulloso. Estaba orgulloso de que mi chica, mi chiquitina, fuese capaz de poner a aquellos cinco como los estaba poniendo, y esa sensación de orgullo desenfrenado me estaba excitando. Me estaba excitando como nunca hasta ahora lo había hecho nada.
Cuando ella se reincorporó siguió caminando como si nada con los dos que la agarraban ahora más fuerte para que no volviese a caer. Los cuatro que veníamos por detrás nos quedamos un segundo parados, reflexionando. Ellos, esperando a ver cuál era mi reacción ante lo sucedido hacía unos segundos y yo, intentando salir del paso sin que se me notase que aquello me había gustado tanto o más que a ellos.
– ¿Qué?. ¿Está buena o no?.- dije.
Hoy estoy convencido de que aquellas palabras fueron las que abrieron la veda.
El resto del camino hasta llegar a la playa no sucedió nada más. Durante ese trayecto a mi no se me iba de la cabeza la imagen de su trasero, y lo que ya no es trasero, invitando a cada uno de los que lo estábamos viendo a estirar el brazo e introducir la mano entre sus piernas justo en el momento en el que se agachaba a recoger el biquini. Además esa imagen se repetía una y otra vez, pero en cada ocasión era uno distinto el que estiraba el brazo, el que acariciaba con las yemas de los dedos el tesoro que acababa de descubrir.
Poco después llegamos a la playa. Esta playa no es como la otra de la que veníamos, sino que simplemente se trata una pequeña cala que rara vez es frecuentada por el día, y en la que nunca hay nadie por las noches. Nada más pisar la arena, Lucía, que hacía un rato que ya no caminaba cogida a los dos maromos, se acercó a mi, me abrazó y me dijo entre sonrisas:
– Estoy un poco borrachina- mientras me decía esto tuve que sujetarla para que no cayese -. Tengo que ponerme el biquini porque lo voy a acabar perdiendo.
– ¡Qué dices!- le respondo apresuradamente – ¿no ves que todavía está mojado?. Dámelo que te lo guardo yo en el bolso del bañador.
– Tienes razón.- me dice ella con sonriendo de forma maliciosa, mientras con la mano que tiene libre me agarra el pene, que hacía rato que se me marcaba en el pantalón.- ¿Qué te pasa?.- pregunta de forma picarona.
– Nada tonta. Camina que nos dejan atrás.

Los otros cinco, que se habían adelantado unos metros, estaban ahora buscando un sitio dónde sentarse para terminar de beber lo que aún quedaba en las botellas. Cuando llegamos hasta ellos ya estaban sentados en la arena formando un círculo, charlando en voz baja de algo que nunca sabré pero que me imagino, porque cuando llegamos a su altura se callaron todos. Uno de ellos, el que parecía haber cogido más confianza con Lucía, un tipo moreno, alto y bastante fornido, con una expresión más madura de lo que realmente debía ser, la llamó invitándola a sentarse junto a él. Ella, aceptando la invitación se acercó a él, y cuando se iba a sentar a su lado, como ya le había pasado antes, perdió el equilibrio y se abalanzó sobre él. Y de verdad se le hubiera caído encima sino fuese porque éste, con unos reflejos que le honran, estiró los brazos, abrió sus enormes manos y la sujetó. Y digo enormes, porque así me lo parecieron mientras las tuve a la vista, justo antes de que quedaran tapadas por la misma toalla que Lucía llevaba puesta. Una mano sosteniéndola por el culo desnudo y la otra por delante de su cuerpo, un poco más abajo de su cintura. No puedo precisar mucho más, porque como digo sus manos no se veían. En esa postura se mantuvieron durante un instante, hasta que lentamente, él fue dejándola posada en la arena. Mientras la iba dejando caer, su mano izquierda, que era la que la sostenía por delante, fue deslizándose al mismo ritmo hacia abajo acabando como por casualidad metida entre las dos piernas de ella, ejerciendo una ligera presión vertical que se notaba por el gesto de su brazo. Por el gesto de su brazo, y porque cuando la posó en la arena, los que estábamos enfrente vimos como los tres dedos centrales de esa mano se deslizaban por la entrepierna de ella, simulando una caricia hecha nuevamente como por casualidad, y como al retirar la mano tuvo que frotarse la yema de esos tres dedos con la del pulgar mostrándosse así mismo, y a nosotros, con ese leve y desapercibido gesto que Lucía estaba chorreando. Cuando ya estaba en la arena, ella torpemente se acomodó sentándose sobre sus tobillos con las rodillas clavadas en el suelo, y dijo riendo:
– Ups, lo siento- pausa- como no tenga cuidado se me va a ver todo.
Aquello había sido lo máximo. Ya no era solamente que alguien, o incluso varios, distintos a mi hubiesen podido verle aquello que sólo yo tenía derecho a mirar, sino que otro tipo, un desconocido, había podido tocárselo estando yo delante sin que ella se hubiese sentido molesta. Yo tampoco estaba molesto; estaba complacido.
No sé cuanto tiempo estuvimos los siete allí sentados, pero si estoy seguro de que fue un rato largo. Bebimos, reímos, cantamos… todo esto mientras Lucía seguía vestida únicamente con su toalla, que a estas alturas en ocasiones ya amagaba con soltarse, bien porque la posición no era la más adecuada para llevar puesto sólo una toalla, bien porque Lucía cada vez se comportaba de forma más descuidada. Se levantaba, se volvía a sentar, se ponía en cuclillas… No paraba quieta y con cada movimiento que hacía subía la temperatura del personal un grado más.

De repente, uno de los chicos miró para el agua del mar, y con voz desafiante dijo:
– A que no hay huevos de bañarse en bolas.
Uno de los otros cuatro, antes de que los demás respondieran y sin importarle lo más mínimo quién pudiera estar delante de él, que en esta ocasión era Lucía, se bajó el bañador dejando al aire su aparato. Los demás rieron y aplaudieron la acción. En menos de un minuto todos excepto Lucía estábamos completamente desnudos. Que yo estuviera desnudo delante de ella no era nada nuevo, pero que cinco tíos completamente desconocidos se encontraran balanceando su pene delante de mi novia si que era novedoso. Ella trataba de hacerse la mártir, pero su cara decía que lo que estaba viendo le estaba gustando, y mucho. Mientras que tres de ellos se fueron como locos a meter en el agua, los otros dos, uno de ellos era el de las manos grandes, comenzaron a presionar a Lucía para que se metiera también en el agua. Ella, intentado resistirse, se cobijaba detrás de mí para que no la pudieran coger. En un intento desesperado por librarse del baño echó a correr por la playa, tropezó, se calló en la arena, perdió la toalla, se levantó, y siguió corriendo completamente desnuda mientras los otros dos, completamente desnudos también, la perseguían. Unos metros más allá de donde había dejado la toalla uno de ellos la alcanzó, y agarrándola fuertemente por la cintura la derribó de forma que ella acabó tendida boca a bajo, no sobre la arena, sino sobre él. El otro que venía por detrás cuando los alcanzó, cogió a Lucía por las axilas y la levantó, despegando los dos cuerpos desnudos. A la vez que éste la cogía por los brazos, el que estaba en el suelo, la cogió por las piernas, y entre los dos la llevaron en volandas hacia en el agua mientras ella trataba de zafarse. Y aunque intentara librarse era imposible, porque el que la tenía agarrada por los tobillos, le separó las piernas, y dio un paso al frente sujetándola con más fuerza por los muslos, haciendo que su pene rozara con ella cada vez que trataba de librarse; el otro, que primero tenía sus manos justo en las axilas ahora tenía allí los antebrazos permitiéndole así tener libres las manos para poder sujetarla por los pechos.
Así la llevaron justo hasta dónde los otros tres estaban bañándose y la dejaron caer con violencia en un punto en el que el agua apenas cubría por las rodillas. Cuando se reincorporó se encontró mojada, desnuda y rodeada por los cinco tipos que nos habían acompañado toda la noche, también desnudos. Riéndose intentó una y otra vez salir del círculo de penes, pero cada vez que se acercaba a la barrera formada por ellos varias manos le impedían el paso mientras aprovechaban con la broma para sobarla por todas partes. Le tocaban las tetas, le acariciaban y agarraban el culo e incluso alguna mano se fue un poco más allá.
Con una erección de caballo comencé a caminar hacia el grupo no sé si para sacarla de allí o para participar en el juego, pero cuando me estaba aproximando, Lucía que me vio llegar, suavemente se acercó a dos de los chicos y con dulzura comenzó a acariciarles el pene. Ellos, un tanto desconcertados se relajaron, y ella aprovechó la ocasión para salir del círculo y venir corriendo hacia mí. Cuando llegó a mi lado, sin decir nada se puso de rodillas y empezó a chuparme la polla con un ansia que yo hasta hora desconocía. Como no me sostenía de pies, me senté en el suelo mientras ella no paraba de succionar. Los otros que se habían quedado en el agua, poco a poco fueron acercándose y cuando estaban junto a nosotros, el de las manos grandes se puso de rodillas detrás de Lucía y agarrándola por la cadera comenzó a penetrarla. A todo esto, ella seguía succionando, y sólo se paró un segundo, que fue justo cuando él se la metió por primera vez para emitir un suave gemido. Vaya placer. Nunca me la había chupado así antes, y nunca antes había estado así de excitado. Y eso que un tío se estaba follando a mi novia mientras otros cuatro se estaban masturbando viéndola. Tanta exitación acabó conmigo en poco tiempo, y sin poder controlarme me corrí de forma violenta en la cara de ella. Lucía, que parecía estar poseída se giró con rapidez, empujó al que le estaba dando por detrás, se sentó encima de él y ahora empezó ella a follárselo a él. Los otros cuatro, que también querían su parte se acercaron, y ella como no tenía bastante estiró los brazos y cogió dos pollas metiéndoselas en la boca, primero una y luego la otra, incluso a veces las dos a la vez. El tercero de momento se conformaba con acariciarle las tetas como si estuviera jugando a un videojuego y el cuarto ya se había ido el solito. Primero el que estaba en el suelo y luego los otros dos se fueron corriendo uno a uno, dentro de ella y por encima, ycCuando esos ya no podían darle más placer se echó en el suelo boca arriba, abrió las piernas, y el que le estaba estrujando las tetas se puso encima y empezó a penetrarla; pero no aguantó ni dos pistonazos. Cuando se apartó, como Lucía seguía retorciéndose y gimiendo como una zorrita en celo mientras ella misma se metía tres dedos de una mano, uno de los cinco, se echó en el suelo y comenzó a chuparle el coño. Yo, que en ese momento había recuperado la erección inicial, lo aparté de ella y se la metí con más fuerza que nunca. Así empecé a darle una y otra vez mientras ella comenzaba a gritar como si estuviese loca. Gemía, gritaba y se retorcía de placer hasta que tuvo el orgasmo más grande de su vida y se quedó tendida en la arena. Yo saqué el pene de su vagina, y me masturbé delante de ella volviéndome a correr sobre su cuerpo.
Me eché a su lado, la tapé con la toalla que había tenido puesta durante toda la noche, y la abracé. Los otros cinco, se levantaron en silencio, cogieron su ropa y se fueron sin decir nada. Nunca más hablamos de lo sucedido aquella noche.

Author: aespino

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