COMO LA LUZ DEL SOL (1)

Un Vampiro rapta a una hermosa pelirroja…Como la luz del Sol

Vio el sol, con la misma intensidad y luminosidad que hace siglos le bañó un día. Rió mirándose a sí mismo en medio de un prado, corriendo y chillando mientras jugaba como todos los niños hicieron alguna vez en su vida. Pero ya no era un infante, ni era inocente, ni siquiera humano. Una vida oscura era su sino perpetuo y habían pasado demasiados años ya desde la última vez que recordó haber sentido emoción alguna. ¿Un milenio ya?. Algo más… ¿Qué importa?, ¿Qué importa?. ¿QUE IMPORTA?. Quiso gritar, volverse loco, para evitar repetir de nuevo “¿qué importa?”. Lo había vivido todo, experimentado todo, se había saciado de placeres o amarguras, y su corazón, o su alma, si es que aún tenía una, quedaba ahora transformada en una fría y marmorea tábula que llevaba grabada infinitos recuerdos.

Y entonces, sintió esos besos y esas risas de su primer amor, tan felices… – Amaneceeeeeeeee. – Gritó una chiquilla semidesnuda alzando un brazo al viento viendo el sol que salía en el horizonte, entre las montañas. No temía entonces ese rojizo anaranjado mezclado con celeste, ni esas brumas de nubes que parecían creadas de la fantasía de un Dios del arte.

– Amaneceeeeeee. – Se escuchó decir el mismo con jobialidad levantándose y abrazándola, besándola con la emoción de los primeros besos de un adolescente.

– Amanece. – Susurró con una mezcla de quietud y de nostalgia. Sólo entonces, cuando la luz del astro Sol comenzó a quemar su piel, fue consciente de su imprudencia y quizás del trastorno de su mente. El prado verde se llenó con el rocío de la mañana, que brillaba intenso con los primeros rayos. Su respiración se agitó de pánico, y comenzó a correr para ponerse a cubierto. Tropezó, calló al suelo, sintió el olor a tierra mojada, percibió la frialdad del agua impregnando sus ropas, pero fue un triste alivio, que no sirvió para apagar el calor que le corroía. Trató de ocultarse con la capa, pero fue inutil pues la luz salía y le abrasaba cada porción de sí mismo.

– AHHHHHHHHHH. – Gritó desgarradoramente ante la impotencia de un final tan inmundo. Cerró los ojos esperando consumirse, aspiró el aire que olía a carne quemada. Se incineraba en el dolor más intenso de su existencia. – Dolor… – Sentía algo… Una sombra de alegría, una sonrisa irónica, le hizo descubrirse y admirar la luz clara antes de morir. Debía ser una hermosa muerte. Sonrió feliz. Amó morir.

Abrió los ojos, rojos como la sangre y todo el dolor desapareció, la luz se hizo oscuridad, y el olor a carne quemada se tornó a otro que conocía de sobra. Lloró entre las sábanas negras como nunca antes, porque estaba vivo, porque había sido un sueño. – Al menos he soñado. – Se dijó conmovido…

Luego, la sed le invadió como cada noche obligándole a salir de caza, ansioso por sentir el latido de un corazón de doncella, la agitación de la sangre fluyendo y alimentándolo. La sed le poseía recordándole su sino de animal hambriento, de alma muerta, de ser que vive entre las tinieblas. – Doncellas… Jajajaja. – Rió repleto de cinismo.

Ya no estaba en la Edad media, ni en el Renacimiento, ni siquiera en el siglo XIX. Ahora, en los albores del siglo XXI, no existían las doncellas, y él mismo vivía en una mansión lujosa, de estilo victoriano, antigíŒa, situada en la parte más alta de un terreno boscoso y bien guardado por vigilantes día y noche. Mantener todo eso no era problema, ya que gozaba de una inmensa fortuna que había amasado durante siglos de inversiones inteligentes.

– Buenas noches señor Vlad. – Saludó uno de los guardias abriendo la puerta de hierro para dar paso a un fantástico coche deportivo de color negro y de cristales oscuros. Un modelo único en el mundo, tan caro, que sería obsceno mencionar su precio. Mientras conducía recordó su pesadilla, su sueño, y acordó internamente, que dentro de unas horas, iría a una playa, se bañaría en el mar, y esperaría su muerte mirando como espectador privilegiado, el amanecer más hermoso que pudiera existir jamás.

– Ahí está. – Susurró una motorista oculta entre la maleza de unos matorrales cercanos. – Esta vez no te vas a escapar. – Puso su casco con premura y arrancó unos segundos después siguiendo con su moto roja el coche de su objetivo.

Vlad miró por el espejo retrovisor. De nuevo le seguían. Gruñó como un animal enjaulado, justo hoy que había planeado su abandono de la no vida, debía algún humano insignificante perturbar sus planes. Aceleró al máximo descendiendo como un loco por las estrechas y empinadas carreteras de montaña. Pero quien quiera que fuera, la persona que le seguía estaba dispuesta a jugarse la vida conduciendo tan temerariamente como quien nada tenía que perder.

La curiosidad le invadió, así que frenó en seco después de una curva aparcando el vehículo en un lateral algo más sobresaliente. La moto que le seguía continuó descendiendo. Miró a un lado y aminoró la velocidad para terminar parándose unos metros más abajo fingiendo un fallo mecánico, por supuesto, inexistente.

Con la tranquilidad que su cualidad de depredador le otorgaba, descendió a pié hasta donde estaba su espía. – ¿Puedo ayudarle en algo?. – Ofreció.

La motorista gritó de asombro preguntándose cómo podía ser tan silencioso y haber bajado tan rápido. Ni siquiera le había visto venir, aunque era cierto que aquella zona era especialmente oscura. No se había quitado el casco siquiera, pero se adivinaban unas hermosas formas femeninas bajo la ropa de cuero negro ceñida al cuerpo. Vlad la miró en silencio deleitándose en el aceleramiento de su corazón y en olor que la adrenalina otorgaba a su sangre, de tipo B… positivo… deliciosa, debía ser deliciosa… ¿Y si volvía a los viejos tiempos?.

– Sois una doncella muy hermosa para andar sóla por estos lugares. – Su voz sonaba como un canto hechizando, hipnotizando…

– Yo… – Jadeó sintiendose turbada, percibiendo como su pecho se levantaba y se hundía en respiraciones intensas. – ¿Doncella?. – En un segundo de lucidez, la palabra extraña captó su atención alarmándola al mismo tiempo. Abrió su bolso con disimulo y sostuvo un destornillador que llevaba dentro, por si acaso tenía que defenderse.

Vlad notó que olía a miedo, a adrenalina, y a coraje. – ¿Y si yo fuera malvado?. –

– Oh, usted es… dejeme pensar, si, ¡SI!. ¿No es usted Stefen Vlad?. – Preguntó aún sin quitarse el casco y subiendo en su moto sin dejar de sostener el destornillador en la mano temblorosa.

– Quítate el casco. – Ordenó haciendo alarde de sus poderes mentales. La vegetación del camino se pudrió en el acto a su alrededor, como cada vez que utilizaba su fuerza de la oscuridad.

Poseida por una energía inposible de vencer se despojó del mismo. Una melena en cascada, de pelo salvaje y pelirrojo hirvió libre de su encierro, y unos ojos ambarinos como el sol miraron con incomprensión sus propias acciones.

– Sois una doncella demasiado hermosa… – Repitió acercándose.

– Déjeme. – Gritó alarmada. El se detuvo mirando con sorna el destornillador que sostenía.

– ¿Seríais capaz de utilizarlo en mi contra?. –

– Si avanzas un sólo paso más, te lo advierto, me defenderé. –

– ¿Y si no pudieras defenderte ante mi?. – Avanzó sin miedo.

– AHHH. – Gritó clavándole en el hombro el arma.

Ignorando el dolor, la sostuvo contra su pecho. – Vuestro pelo es del color del amancer… – Olió su perfume acercándosele. – Y oleis a tierra mojada. –

– Hay personas que saben que estoy aquí, si me haces algo la justicia te buscará y no cesarán hasta acabar contigo y con tu reputación. Si me sueltas ahora no diré nada, ni siquiera tendría pruebas contra tí para que te incriminasen, vamos, sueltame… – Pidió haciendo alarde de sangre fría.

El vampiro rió estrepitosamente, y era una risa sincera. Sacó el destornillador de su hombro. – Tomad, creo que se os ha perdido esto. –

Notó como el pulso se aceleraba, casi podía notar la palpitación de sus venas en el cuello. – Acompañadme, compartireis conmigo mis últimos instantes. –

Cuando quiso acordar se vió a si misma sentada en el asiento de conductor del deportivo biplaza. ¿Cómo era posible aquello?. ¿Alguna droga?. ¿Hipnosis?. No recordaba haber subido siquiera, y ya habían salido del bosque. – ¿Dónde me llevas?. Esto es un secuestro. Suéltame por favor. – Pidió con una calma que pendía de un hilo.

La miró a los ojos, que estaban vidriosos y se conmovió de ella, pero a la vez, se sintió egoista. Era su despedida y debía gozarla.

– Tendrás el honor de compartir mis últimos instantes, mujer. –

– ¿Ultimos instantes?. No comprendo… –

– Esta noche será la última que vagaré por entre las sombras, la última que respiraré el aroma de la foresta asfixiante, la última que los lobos me acompañaran en mi viaje… –

– ¿Pensais quitaros la vida?. – Y su voz no sonó temerosa, sino conmovida.

– Si. –

– ¿Por qué?. – Compasión… sentía por él compasión. Ella, tan insignificante humana…

– ¿Crees en las historias de miedo jovencita?. –

– No. –

– Dormid ahora, no os turbeis.. – Ordenó acariciando su mejilla y sus ojos se cerraron lentamente hasta sumirla en los brazos de Morfeo.

El olor a mar invadió sus sentidos, la brisa de la noche le dió frío y despertó asustada al saberse sobre la arena. – ¿Por qué haces esto?. –

Pero en lugar de una respuesta, encontró el silencio de su raptor, que estaba sentado sobre una roca y de repente, sintió pena por él. Desafiando su propio temor, sabiendose loca absolutamente, se acercó y acariciándole el hombro, preguntó con máxima dulzura. – ¿Por qué?. –

Incrédulo se volvió a verla y le ofreció sentarse a su lado. No fue una orden mental esta vez, sino una invitación pacífica. Sin saber por qué, aceptó y le acompañó mientras las olas resonaban en sus corazones al unísono.

– Porque ya no siento nada… –

– Sientes pena, puedo notarlo. –

– Lo que crees que es pena no es más que nostalgia. NO SIENTO NADA. – Gritó tirándola violentamente en la arena y echando el peso de su cuerpo sobre el de la muchacha. De repente sintió algo, esos ojos como dos soles, le calentaron el alma con su fiereza.

El beso que siguió fue tan ardiente como la luz. Besó su cuello que latía tan rápido y tan tentador. – Ah no… no puedo… – Susurró mirándola. Al fin había encontrado algo que le hacía sentir y no estaba dispuesto a renunciar a ello, costase lo que costase.

La tomó en brazos, y alzando el vuelo, dejando el costoso coche en aquella playa abandonado, la llevó hasta su mansión. La chica estaba hipnotizada, a su merced, pero quedaba apenas una hora para el amanecer y sabía que si quería conservarla tendría que encerrarla, hacer algo para guardarla hasta que llegase la noche siguiente.

– Florian. – Salió de su cuarto y llamó a uno de sus criados, que se sorprendió al verle dentro pues no había sido informado de su llegada. – Traeme de inmediato unos somníferos. –

– Claro. ¿Se encuentra bien?. –

– Por supuesto. Corre a traerme lo que he pedido. –

La diligencia era difícil, pero por fortuna, tenían un botiquín bastante ámplio.

Vlad se trasladó hasta su habitación, situada en el centro de la casa, sin ventanas, oscura como la noche, ataviada con una enorme cama con dosel adornado de tules blancos recogidos en los asideros de forja. Depositó a su invitada allí mismo y volvió unos minutos después con un vaso de agua y los somníferos.

La desnudó lentamente, despojándola primero de su chaqueta de cuero. Bajó la cremallena y sintió el volumen de unos pechos hermosos, grandes, que imaginó apenas rozándolos con los dedos. Sus pezones se abultaron en la camiseta roja que llevaba debajo. Besó sus pechos, restregó su cara sobre ellos deleitándose con la firmeza de los mismos y con lo abultado de sus pezones.

La privó de la camiseta roja de licra, y se encontró con un sujetador rojo de encajes que contenía unos pechos de aureolas marron clarito, en contraste con su piel blanca como la cera, y grandes, que sobresalían de los encajes descaradamente. Las besó delicadamente, sintió deseos de probar como sería mamar la sangre directamente de ellas. Pero jamás, jamás mataría algo que por fin le había hecho sentir…

Salió de su habitación, y volvió con una botella y una copa. Bebió sangre del mismo tipo que el que tenía ella, como si fuese vino. Así evitaría la tentación de morderla. Y mientras bebía la miraba con amor. La amaba, la amaba, LA AMABA. Porque le había hecho sentir… algo. Aunque no supiera lo que era aquello que había sentido.

Dejó la copa apartada a un lado y fue hasta ella. Olió de nuevo el perfume de su sangre. Con un dedo recorrió sus pechos, bajó hasta su ombligo, descendió y desabrochó un botón de su pantalón ceñido. Bajó la cremallera. Aspiró el aroma de su sexo abriendo la bragueta. Olía tan bien…

Tiró del pantalón, ajustado como si fuera la segunda piel de una serpiente y la despojó del mismo quedando ahora al descubierto unas braguitas pequeñas de lencería de encajes rojos, a juego con el sujetador. Descansó su cabeza en ese regazo maraviloso oliéndola, restregando su pelo contra ella y su cara, y finalmente decidió dejar para el final el más exquisito de los platos…

Subió a sus pechos. La respiración era agitada. – Calma. – Ordenó mentalmente pasando una mano por su frente. – Calma amor mío, calma… –

Incorporándola, apoyándo su cuerpo lacio sobre su pecho, abrazándola mientras sus ojos se cerraban deleitándose en la felicidad de ese momento, desabrochó su sujetador y enseguida, quedaron sus pechos resueltos a la interperie. Estaba tan cálida, era tan caliente su tacto, su piel tan fina…

Lamió sus pechos con fruición. Sabían deliciosos, vertió en ellos algunas gotas de la sangre de su copa y la lamió lentamente, observando como se tiznaban de rojo, y deseando dejarlos inmaculados y pulcros nuevamente.

Besó su cuerpo descendiendo hasta la braguita y con sumo cuidado la retiró acariciando sus piernas hasta sacarla por completo. Ya sólo quedaban unos tacones rojos para dejarla completamente desnuda. “El postre al final” pensó, y se dispuso a quitarle los zapatos con la misma lentitud tortuosa de quien no tiene prisa porque no teme a la muerte.

Desabrochó las correas de los tacones, los lanzó lejos a un rincón de la habitación. Y ahora sí, estaba perfecta, desnuda ante él, suya, a su merced. Se arrodilló en la cama y probó como sabía su sexo. Quiso morderla, vertió la copa sobre su pubis desprovisto de vello, y continuó lamiendo de tan sútil plato hasta saciar por completo su necesidad de sangre.

Estaba amaneciendo, su cuerpo le avisaba de que el letargo del día iba a privarle de continuar con sus placeres. Así que abandonando el objeto que calmaba su lujuria, calculó la dosis perfecta que la tendría dormida las horas necesarias, y abrazándola, permaneció mirándola, extasiado en sus ojos amarillos como el sol y en su pelo, anaranjado como el amanecer, hasta que se quedó dormido.

Continuará…

Author: zedionne

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